A tiro de piedra de Villafranca Montes de Oca, y en pleno camino de Santiago, todavía se alzan los vestigios del antiguo monasterio de San Felices o San Félix de Oca, que hunde sus raíces históricas en los primeros tiempos de la cristianización de la provincia de Burgos. Su origen se remonta a la época hispanovisigoda., en concreto al siglo VI, cuando la estratégica ciudad de Auca – también fue una importante urbe autrigona y romana – se convirtió en una de las primeras sedes episcopales de España.
Unos peregrinos se acercan a la milenaria construcción en un día luminoso de primavera. |
En la actualidad sólo se mantienen erguidos los restos del ábside de la iglesia levantada durante la Alta Edad Media y que con el tiempo derivó en una simple ermita. La planta del templo era basilical, como han comprobado las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la misma. Los arqueólogos también han corroborado que los cimientos son de época visigoda y que en ellos se reutilizaron materiales romanos.
A la cabecera, que tiene planta cuadrada, todavía se accede por un arco triunfal de medio punto que parece derivar de uno anterior en forma de herradura. Su cubierta es una pequeña cúpula esférica sostenida por pechinas. A principios del siglo XX todavía existían parte de los muros laterales, incluyendo la entrada principal. Al parecer, recordaba en cierta medida a la ermita visigoda de Quintanilla de las Viñas.
El monasterio de San Félix de Oca aparece citado por primera vez en un documento apócrifo del monasterio riojano de San Millán de la Cogolla, al que, a partir del año 1049, acabó perteneciendo. Según su testimonio escrito más antiguo, fechado en el año 863, San Félix de Oca fue engrandecido por el abad Severo y por el fundador de la ciudad de Burgos: el conde Diego Rodríguez Porcelos, cuyo cuerpo, según la tradición, está enterrado entre sus muros. Hoy una placa recuerda esta creencia.