Contemplada desde la distancia, la Lora de Peña Amaya semeja un inmenso casco de navío varado entre los trigales de la llanura. A pesar de que su relieve es el más llamativo de toda la comarca de las loras burgalesas y que en su entorno habita una variada comunidad de aves rapaces, la singularidad de Peña Amaya radica en su denso e importante pasado histórico.
Pese a todo, cuando los arqueólogos e historiadores quieren ampliar los conocimientos acerca de tan emblemático lugar; se enfrentan a tantas incógnitas como certezas. De alguna manera parece como si la importancia de Peña Amaya haya estado más vinculada a su simbolismo que al propio poblamiento del altiplano.
un buitre sobrevuela con "el Castillo" de fondo. |
En este sentido, los indicios de ocupación o paso humano en Amaya se inician hace unos 3000 años, durante la Edad del Bronce. Posteriormente, y pese a lo que tiende a creerse, los pueblos cántabros de la Edad de Hierro apenas dejaron rastro de su paso por esta Lora, al contrario que el caso de otros castros cercanos como el de Peña Ulaña.
Probable muralla |
Tiempo después (tendrán que pasar casi 150 años) será uno de los primeros baluartes del avance repoblador de la reconquista. Así en el 860 Rodrigo, el primer Conde de Castilla repobló – por mandato del rey asturiano Ordoño I – la ciudad.
Restos de la población medieval mirando hacia el castillo (a) y bajando desde "El Castillo" (b) |
Son de este periodo medieval los restos más visibles que aún pueden contemplarse. En un área de 1200 por 200 metros pueden reconocerse las huellas de un importante núcleo de población. Un camino permite atravesar unos amontonamientos de piedras que recuerdan estructuras de casas y calles antiguas. Presidiendo todo el conjunto se alza la gran mole caliza conocida como el Castillo: verdadera acrópolis natural en la que los arqueólogos también han encontrado pruebas de la antigua fortaleza.
El impresionante "El Castillo". |
La actual localidad de Amaya vista desde el tramo final de ascensión. |