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Regreso a los pueblos del silencio: San Martín y Quintana del Rojo

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Actualizo, básicamente con nuevas fotografías, este artículo dedicado a uno de los pueblos citados en el libro "Los pueblos del silencio": San Martín y Quintana del Rojo. Estos pueblos son citados de manera conjunta al estar separados apenas por 500 metros y haber tenido siempre una historia común. Si la primera visita databa de 2009, esta corresponde a 2015.



Nos contaba Elías Rubio en su libro que, mientras Quintana del Rojo estaba despoblado desde principios de los 60, en San Martín del Rojo un vecino llevaba viviendo sólo varias décadas. De camino a los pueblos me enteré que este último vecino había fallecido el pasado otoño (2008). Supuestamente hay algunas personas que en años más recientes siguen vinculadas al lugar, pero pese a realizar mi ultima visita en verano no localicé a ninguna.



Nada más tomar la carretera de acceso al pueblo lo primero que me llamó la atención es que la mayor parte del monte está vallado. Supongo que la despoblación también favorece que las tierras e incluso los pueblos se vendan por cuatro perras, con el peligro de privatizar un patrimonio que tal vez debería ser de todos. También sé de voces en el valle que piensan parecido. Curiosamente buena parte de estos terrenos de San Martín y Quintana del Rojo fueron en su tiempo propiedad del monasterio de Santa María de Rioseco, generando no pocas polémicas con los vecinos (herencias no deseadas del medievo).


Otro hecho bien visible es el avance del bosque, especialmente en cuanto al crecimiento de quejigos. Si bien no han alcanzado un porte demasiado excepcional, tal vez sea cuestión de tiempo. En la carretera de ascenso a San Martín vemos en una hondonada los restos de Fuente Humorera, hoy convertido como tantos otros lugares en granja privada, inaccesible e irreconocible. De los restos de la iglesia de este pueblo salieron los capiteles que sostienen el pórtico de madera que veremos en la iglesia de San Martín.


Silencio. Algunas casas han sido ligeramente consolidadas para evitar el desplome total, otras manifiestan un colapso relativamente reciente, otras ya están reducidas a escombros. Me acerco con respecto a la que parece tener mejor aspecto. Tal vez sea la última que fue habitada pues su entorno aparece cuidado. Muestra una hilera de bidones evidentemente diseñados para recoger el agua de lluvia (así seguía en 2015).



En un pequeño altozano se sitúa la iglesia románica de San Martín. Dirijo mis pasos hacia la misma. En el año 2012 se ejecutó una intervención que, si no entró demasiado en los elementos decorativos, si permitió restaurar las cubiertas y asegurar la continuidad del edificio.



La portada aparece protegida por un tejadillo. Dos de sus arquivoltas son bastante originales. En una de ellas parecen simularse versiones de herrajes de puertas. En otra aparecen una serie de personajes encadenados. A los extremos habría sendas representaciones del demonio, y en la parte central aparecerían seres condenados por sus múltiples pecados.  Muchas cabezas han sido mutiladas, aunque no sabemos el momento ni las circunstancias de tal maltrato.





Al parecer, el citado vecino fallecido se preocupaba de abrir este templo a las visitas y entregar lo recogido para el mantenimiento de la iglesia. En mi visita de 2009 tuve la suerte de poder ver el interior, gracias a que algunos allegados al pueblo siguen tomándose la molestia de ello (en fiestas señaladas y en verano). Tenía la esperanza de volver a hacerlo en esta ocasión, pero no tuve suerte.



Con un poco de atención observaremos que las dos columnas que sostienen el tejadillo aparecen culminadas por dos marcados capiteles. En uno de ellos aparece un personaje tocando un instrumento y en otro de ellos otros personajes bailando. Según parece estos capiteles fueron trasladados desde la iglesia del cercano pueblo (ahora granja, como decimos) de Fuente Humorera, ante el inminente deterioro de la misma.



Termino mi observación del templo dirigiéndome hacia el ábside. Su contemplación es un poco dificultosa al estar rodeado por el muro del cementerio. Nos contentamos con observar algunos de sus rústicos canecillos, en los que destaca la figura de lo que parece ser un rabelista. En realidad toda la talla de ese templo es bastante tosca, lo que en cierta medida está en sintonía con el singular carácter agreste de este lugar.





Ya a pie, continúo (esto sólo lo hice en 2009) por el camino principal del pueblo en la búsqueda de Quintana del Rojo. Tras una pequeña vuelta del camino, se observan los restos de la localidad en el fondo de una hondonada, cuyo grado de deterioro es mucho mayor. Probablemente la menor luminosidad que reciba este pueblo contribuyera a que las condiciones fueran más duras. Tampoco tenía acceso asfaltado ni probablemente luz (caso que no era el de San Martín, que conserva el modelo de transformador típico de los años 50).


Me acerco un poco más pero me encuentro el núcleo vallado. Aunque no es difícil superar la verja algo me dice que no lo haga, al menos no hoy; y decido volver sobre mis pasos.


El Valle de Manzanedo tiene censados apenas 130 habitantes en sus más de 70 kilómetros cuadrados (una densidad equiparable a la de Mongolia, el segundo país más despoblado del mundo).
 


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