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Paisajes de guerrilla (I): Breve semblanza del Cura Merino

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El Cura Merino, uno de los famosos guerrilleros de la Guerra de la Independencia, es sin duda uno de los personajes burgaleses más emblemáticos. Con un periplo vital en el que se mezclan la historia y la leyenda, probablemente en su perfil personal hubiera más sombras que luces, pero es indudable que poseía algunas virtudes que en un momento y lugar determinados sirvieron para dar un gran servicio en la liberación de este país de la dominación francesa.
 
Placa conmemorativa en un anónimo lugar del sur provincial
Estas cualidades, fundamentadas en un inesperado dominio táctico y, sobre todo, en un conocimiento del terreno que rozaba lo sobrenatural, son buena excusa para hacer un repaso a algunos de los rincones de nuestra provincia que fueron escenario de sus correrías (reales o supuestas). Una ristra de lugares que podría servir para una especie de ruta temática si no fuera porque en nuestra contradictoria sociedad actual nunca se promocionaría a un personaje que tiene un lado siniestro. Pero, antes de mostrar estos lugares (lo haremos en un próximo artículo), vamos a hacer una breve semblanza de algo de lo que se sabe (o se cree saber) sobre el cura Merino. 

Gerónimo Merino nace en el pueblo de Villoviado en 1769. Desde pequeño mostró mucha afición al monte, tendencia que se vio favorecida porque pronto tuvo que cuidar del ganado familiar. La escopeta fue también pronto su compañera en jornadas de caza por los alrededores, en las que pronto demostró su puntería. La muerte de su tío el cura, cuando él tenía 21 años, decidió su futuro profesional. Se forma en Covarrubias y en 1796 toma posesión de la parroquia de Villoviado.

Las crónicas nos hablan de la fecha de 16 enero de 1808 como el momento en el que Merino entró en contacto con las tropas francesas. Buscando éstas caballerías para el transporte de material, se les comunicó que no había en el pueblo. Pensando en un engaño, obligaron los franceses a los vecinos a transportar la carga sobre sus espaldas hasta la (relativamente) cercana localidad de Lerma. Ante el escarnio de los militares, a Merino le tocó llevar los bombos y platillos de la banda; trago que el cura no perdonaría y que marcaría el inicio de su actividad guerrillera. 
 
Imagen de un Merino avejentado y derrotado, pero con el brillo de fiereza aún visible en los ojos.
A los pocos días el cura abandonó la sotana y literalmente, se echó al monte. Pronto probaría su puntería frente a un correo francés. Poco a poco sus andanzas se irían sucediendo a medida que se hacía con un grupo más y más numeroso a sus órdenes. Merino y otros crearon el concepto de guerrilla antes de que existiera. La mecánica era simple: aprovechar el conocimiento del terreno, nunca afrontar combates que no se estuviera seguro de ganar y diseñar rutas para escapatoria. Como decía el genial Galdos: “el arma principal del guerrillero no es el trabuco ni el fusil, es el terreno”. 

A medida de que sus golpes van siendo más frecuentes y contundentes, aumentan las intentonas de las tropas invasoras para capturarle; y aquí es donde aparece la capacidad de Merino para escapar una y otra vez. No obstante a medida que la tropa se militariza el sacerdote se ve cada vez más fuera de sitio; su carácter indomable siempre sale a la luz.

Acabada la guerra es nombrado gobernador militar de Burgos. Viaja a la corte donde es recibido para contar sus hazañas. El rey prefiere apartarlo de la carrera militar y lo destinan a una vacante en la catedral de Valencia. Allí pronto tiene disputas con la curia y acaba regresando a su pueblo.

En 1820 tiene lugar el alzamiento de Riego, implantando un régimen liberal con el que claramente no comulga. Vuelve a coger las armas pero esta vez fuera de la ley. Llega a enfrentarse con Juan Martín ”El Empecinado”, antiguo jefe guerrillero de mayor rango y con el que había colaborado en la guerra de liberación.

Tras la restauración de la monarquía en 1823 se retira a su pueblo pidiendo una pensión que emplea en parte en arreglos en la iglesia y en parte en construirse su casona. Muerto Fernando VII en 1833 y ante la insistencia de los cabecillas carlistas vuelve a reunir una nueva tropa para enfrentarse al ejército regio que vuelve a defender los principios liberales. 

No obstante Merino ha perdido buena parte de su magia. Ahora debe manejar un verdadero ejército que fracasa en casi todas sus grandes operaciones, aunque siempre escapa de los intentos de captura incluso cuando su ejército es deshecho. Va dando bandazos hasta sus últimas escaramuzas en el año 1838.

 Huye en 1839 con los últimos afectos al pretendiente don Carlos pasando la frontera con Francia. Acabaría asentándose con otros refugiados en Alençon. Allí muchos curiosos vienen a preguntarle por sus hazañas. Tiene una vida apacible pero le acosa cada vez más la melancolía de España. Murió en noviembre de 1844. Fue enterrado en el cementerio de la localidad. Allí permanecerían sus restos hasta ser trasladados a Lerma en 1968.

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