En el siglo XIX el monasterio (como muchos otros) ya ha entrado en su declive. Aún le dio tiempo para ser sede de conciliábulos durante la guerra de la independencia (en los cuales participó el cura Merino). Es precisamente en este momento cuando se produce un primer saqueo por parte de las tropas francesas, desapareciendo muchas obras de arte (de los 900 pergaminos que había en su biblioteca, sólo se conservan unos 100).
Años después empieza el proceso desamortizador. En 1841, los restos del conde Fernán González, junto con los de su esposa, son trasladados a la colegiata de Covarrubias (junto con algunas piezas de orfebrería), lugar en donde ahora reposan. En 1843 salen a la venta las propiedades del monasterio tasadas en 445000 reales, quedando desierta la subasta. Se produjo una segunda tasación por un valor inferior a la tercera parte de la original, siendo adquiridas finalmente las propiedades por un particular, don Santos Cecilia. De la adjudicación definitiva se excluyeron la iglesia, el coro y el claustro procesional. Precisamente son estas partes las que, sin ningún tipo de mantenimiento ni protección, se encuentran hoy en día más arruinadas.
Torre de la sala capitular vista desde la torre de la iglesia.
Nadie supo valorar en su momento la importancia de la sala capitular románica, probablemente la mayor joya del monasterio, que también quedó en manos privadas. Su estructura de planta cuadrada esta adosada al sector meridional de la cabecera de la iglesia, con entrada desde el claustro. En origen tenía dos plantas comunicadas por una escalinata. La superior (conocida como Sala Palatina) tenía un salón de 10 metros de lado, con techumbre de madera, iluminada con tres grandes ventanales de doble arco con columna medianera.
Interior de la sala capitular. Nada hace recordar su antiguo esplendor.
En la primera década del siglo XX, se descubren detrás de un revoque de las paredes de esta sala un conjunto de pinturas murales que son consideradas como las más importantes muestras de la pintura tardorománica española, con motivos a base de gigantescos animales mitológicos. En 1923 el Gobernador Civil suspende un primer intento de venta por parte de la propietaria, que a continuación se las ofrece al Estado. Pese a la insistencia de los miembros de la Comisión Provincial de Monumentos, durante varios años la administración hace caso omiso a este ofrecimiento mientras las pinturas se van deteriorando rápidamente al estar expuestas a la intemperie.
Imagen de los frescos expoliados. Museo Metropolitan de Nueva York
Finalmente la propietaria acaba vendiendo unilateralmente las pinturas a unos marchantes catalanes por 20.000 pesetas. Estos intermediarios hicieron de inmediato el negocio del siglo, pues se embolsaron 60 millones de pesetas de la época al revender parte de las pinturas al Museo Metropolitan de Nueva York y el resto al Museo Nacional de Arte de Cataluña. En la tristemente inactiva web “románico burgalés” se hace una interesante propuesta sobre el posible aspecto que pudieran tener estas pinturas en su emplazamiento original.
Foto del interior de la iglesia a finales del siglo XIX
Durante la segunda mitad del siglo XIX el monasterio estaba en un estado deplorable, pero no irreversible (cuentan las crónicas que hasta se raspaban los altares para hacerse con el orode sus dorados) y así continuo hasta la construcción de la carretera de Hortigüela a Covarrubias, que originó desplomes en las cubiertas como consecuencia de las voladuras de rocas. Muchas piedras acabaron machacadas para cimentar la carretera (curiosamente, para la construcción del monasterio se había aprovechado una antigua calzada romana).
Ubicación original de la portada románica.
En 1894 un incendio de gran magnitud contribuye más a su ruina, afectando principalmente al claustro y al interior de la iglesia. En 1896 comienza el expolio del monasterio con el traslado a la catedral de Burgos del sepulcro denominado de Mudarra (el personaje vengador de la leyenda de los siete infantes de Lara). La portada de la iglesiase traslada al Museo Arquelológico Nacional, en Madrid. La fuente del claustro procesional, de originales tintes indianos, es trasladada al Paseo de la Isla de Burgos en 1934. La imagen de la Virgen de las Batallas, del siglo XIII, se encuentra hoy en el Museo de Burgos, junto con algunos capiteles románicos. Dos de las campanas que hoy lucen en la iglesia de Hortigüela también pertenecieron al monasterio, así como parte de los muros de contención del cauce del Arlanzón, también en la capital.
En 1950 el proyecto de construcción del embalse de Retuerta hace que se apruebe el traslado completo del monasterio en 1965. En 1971 se paralizan las obras de la presa y en 1980 por fin se da el visto bueno a una serie de obras de restauración. Desde entonces el Ministerio de Cultura se hizo cargo de las instalaciones y en colaboración con la Junta de Castilla y León han detenido o al menos frenado el proceso de deterioro. También la joven asociación de Tierra de Lara se ha implicado en la promoción y protección del lugar (entre otras cosas, organizaron los actos del 1100 aniversario del monasterio, hace un par de años).
Hoy el signo del antiguo esplendor lo constituye básicamente la propia dimensión del lugar, que habla bien a las claras de lo que pudo representar en el pasado. En los últimos años se ha especulado con la posibilidad de que estos restos puedan convertirse en la Casa del Parque del Espacio Natural de los sabinares del Arlanza, aunque la crisis ha aparcado el proyecto al menos de momento. Hace escasas fechas se anunciaba una importante partida para el mantenimiento del lugar.
Quizás es el momento de concluir con los textos del poeta de nuestra tierra, Bonifacio Zamora:
“Y ¿pudo aquí Castilla ver su aurora?
¿y a su condal independencia alcanza
esta piedra, este mármol? La alabanza,
Fabio, suspende y en silencio llora.
Cuelga la lira porque muda calle
canción de ruina y arte por el valle,
canción de sol y luna por el monte.
Harto es que Arlanza, lúgubre y sombrío,
Se refleje en la lámina del río
Ancho de historia y breve de horizonte”