Si para alcanzar Santa Cruz de Mena tuvimos que pasar por Menamayor, será este mismo pueblo el que escojamos para alcanzar el último despoblado de esta serie: Opio. Dejamos aquí el coche (irónicamente son fiestas, en claro contraste con la desolación hacia la que nos dirigimos) y empezamos a andar por un camino apto para caminantes pero no para vehículos.
Una suave subida y una pronunciada bajada, por un paisaje más bien boscoso, nos deja, tras cruzar el modesto arroyo Romarín, junto a la pista que da servicio a la poca actividad del pueblo. Este precario camino viene del norte, de la zona de Santecilla. Nos toca subir un poco hasta alcanzar lo poco que queda de Opio.
Las casas aparecen asediadas por la vegetación, lo mismo que la iglesia (hay alguna en mejor estado). La calle está más bien despejada, posiblemente por servir de acceso a un edificio en regular estado, con escudo y balcón corrido, con evidentes signos de actividad. Posiblemente pertenezca a la única persona empadronada en el pueblo (año 2014) aunque por otras fuentes parece ser que nadie reside de continuo en este lugar. En 1950 contaba con 22 habitantes.
El curioso nombre del pueblo parece provenir del latín “Oppidum”, fortaleza. De hecho, existe un castro prerromano en la zona. Irónicamente, hace años y cuando el pueblo ya se asomaba al abandono, un cura tuvo la iniciativa de transformar el lugar en un centro para rehabilitación de toxicómanos (no es broma). Las presiones de la gente de la zona dieron al traste con el proyecto.
Midiendo en línea recta, Opio queda a kilómetro y medio de Rio de Mena, a dos de Llano de Mena y a poco más de cuatro de Berrandúlez; el cuarteto de la despoblación que hemos abordado en los últimos artículos.