A Isar se accede gracias a una carretera que enlaza las autovías a León y a Valladolid. Pasado este pueblo, en dirección sur, pronto cruzamos el camino de Santiago y al poco llegamos al desvío que nos conduce al pueblo de Hormaza.
A la entrada del núcleo es imposible ignorar la voluminosa presencia del castillo. A medio camino entre una torre y un palacio, sorprende especialmente por la gran superficie que ocupa, pese a encontrarse en un lamentable estado de conservación, que le hace figurar en la triste “Lista roja” del patrimonio en peligro de España.
Aún se levantan orgullosos buena parte de sus altos muros de más de 15 metros de altura, almenados con remates en punta de diamante y complementados con matacanes. En los lienzos aún podemos identificar los escudos de las familias propietarias. De la barbacana con cubos en las esquinas quedan restos bien visibles, no así del foso con que debió contar. Aunque limpio de maleza, el único “uso” que actualmente se da al castillo es albergar en lo que fuera su patio de armas una gran nave agrícola, construida en parte con las piedras del propio castillo. Según parece una ventana ha sido trasladada a una casa particular en la provincia de Ávila.
El palacio-fortaleza comenzó a levantarse a mediados del siglo XV, coincidiendo con la integración de este pueblo en el mayorazgo de la familia Castañeda, que pronto se constituirían como señores de Hormaza. Respecto a estos señores se conocen algunos datos sumamente interesantes. Los fundadores fueron Alfonso de Castañeda y María de Guzmán. Tras su hijo, el matrimonio designa como suplente a su hermana María de Castañeda y, a falta de ésta, a su sobrino Alonso, y no a su padre Gonzalo que al parecer era hijo ilegítimo.
Murió el fundador valientemente en san Esteban de Gormaz y su hijo muere joven. En este momento Gonzalo, el excluido, se hace con el mayorazgo por la fuerza en detrimento de su hermana. El carácter duro y cruel de este personaje quedó de nuevo de manifiesto al ser uno de los principales señores rebeldes en contra de Isabel de Castilla.
Tras causar importantes estragos desde la fortaleza de Portillo en la guerra de Sucesión; se vio obligado a huir a Portugal en 1476 al triunfo de la Reina Católica y fue castigado con el arrasamiento de su castillo de Villaldemiro. Al morir de parto su mujer casó en Portugal con Isabel de Silva. Más tarde volvió Gonzalo Muñoz de Castañeda al alcázar de Hormaza, en donde su brutal carácter volvió a mostrarse con el asesinato de su segunda esposa y su amante.
Tras esto huyó a Navarra. El rey le secuestró los bienes y lo dio al Condestable, que a su vez los cedió a su legítima dueña, María de Castañeda. No obstante en 1480 ésta ingresa en el convento de santa Eufemia de Cozuelos y cede los bienes a su sobrino Alonso.
La descendencia también protagonizó actos de similar naturaleza. El nieto de Gonzalo e hijo de Alonso, don Juan de Castañeda, levantó a sus vasallos contra los dictados del alcaide del castillo de Muñó. Sentenciados en 1528, los criados fueros condenados a ser paseados, a voz de pregonero, por las calles del lugar montados en un asno, con soga al cuello camino de la picota o rollo, para cortarles y clavarles en ella la mano derecha, pena agravada en caso de quebrantamiento, con la amputación de un pié. A otros de culpabilidad más atenuada, la pena se reducía a destierro y administración de cien azotes. Probablemente dicha picota sea la que hoy vemos, recientemente restaurada, en una de las plaza del pueblo.
En cuanto a don Juan, dada su calidad de caballero de linaje, sólo le alcanzaba la pena de destierro, cuyo quebrantamiento se sancionaba con multa de doscientos castellanos para la Cámara y fisco de su Majestad.
En 1695, poseían el señorío los marqueses de Villasidro, condes de Sumacárcel. Del año 1774 llega referencia de su casa fuerte, propia del conde de Orgaz (descendiente del del famoso cuadro), habitada simplemente por un administrador. Hoy la propiedad sigue en manos de esta familia.
Al otro extremo de la localidad, no lejos de la picota, se encuentra la parroquial. Se muestra como uno más de estos templos compactos que, a fuerza de numerosos, pasan más bien desapercibidos. El que escribe se fijó no obstante en un robusto moral que aparece junto a la misma.
Pero lo que nos trae hasta aquí es una inesperada y sorprendente portada románica. Además de los capiteles, la decoración se concentra en dos de sus cuatro arquivoltas, en las que aparecen representados, junto a otras escenas, los doce meses del año a través de los diversos trabajos campesinos llevados a cabo en cada uno de ellos.
Durante los siglos XI y XII, los de origen de esta portada, esta iglesia formaba parte de un pequeño monasterio que estuvo la órbita del desaparecido convento de San Cristóbal de Ibeas. Para más información, como siempre, recomiendo consultar la correspondiente página de la web "Románico Digital".