El lugar sorprende por el bello entorno en el que se encuentra (a ambos lados de un cantarín arroyo que baja de la montaña) y por el gran número de oquedades existentes, hecho muy poco habitual.
Los indicios apuntan a una cronología de utilización entre los siglos VIII y X. Hay que recordar que es en ésta época cuando se extiende por la zona el fenómeno de eremitismo medieval, raíz de los parte de los movimientos monásticos posteriores, de modo que el arroyo central actuase como el moderno claustro o lugar de meditación.
Si no se ha podido conocer mucho más de este cenobio eremítico es probablemente como consecuencia de la intensa transformación que sufrió este lugar a principios del siglo XX, como consecuencia de su utilización como habitáculo temporal para los trabajadores que elaboraron el canal de Iberduero (obra ingenieril más destacada de lo que parece), la carretera y el ferrocarril, parte de ellos portugueses (de ahí su nombre); que aprovecharon también la fuerza del agua para construir una pequeña serrería.
Guarda sin duda relación con este conjunto eremítico la conocida como cueva de San Pedro, que se ubica a poco más de un kilómetro de estos asentamientos, en la canal en la que se encuentra Tartalés de Cilla y que divide en dos a la sierra de la Tesla.
Para llegar hemos de alcanzar este pueblo (la carretera nace justo al lado de las Cuevas de los Portugueses) y atravesarlo tomando el camino que continúa hacia su pueblo hermano Tartalés de los Montes para, en apenas unos 100 metros, coger el empinado sendero que asciende hacia la derecha y que en unos minutos nos deja a la altura del eremitorio.
Esta iglesia rupestre recuerda mucho a su homónima de Argés, y constituye una buena atalaya para contemplar el desfiladero de la Horadada. A su entrada hay dos tumbas altomedievales excavadas en la roca.
Existe una sugerente leyenda según la cual quienes permanecieron en la cueva fueron dos antiguos reyes moros (él y ella) que vivieron como eremitas una vez ocupado el territorio por los cristianos, y que pidieron ser enterrados precisamente en estas oquedades. Cuenta el Padre Ibero, un peculiar sacerdote con aficiones arqueológicas que vivió en Oña en los años 20, que encontró restos de huesos en este punto, pero se carecen de más datos.
Hay quien dice que en esta cueva-iglesia habitó san Fermín, lo cual como veremos a continuación puede tener algo de verídico. Lo cierto es que en el centro de la localidad existieron hasta la primera mitad del siglo pasado los restos de una ermita prerrománica dedicada a dicho santo; de la que hoy apenas quedan los cimientos. Parece ser que esta ermita disponía de arcos de herradura, tal y como se indica en un artículo del Boletín de la Institución Fernán González del año 1924.
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Solar en donde estuvo la ermita de San Fermín |
Lo que sí que se conserva en la iglesia es parte de una lauda o tapa sepulcral procedente de dicha ermita. Tiene grabada parte de una inscripción que por su tipología permite datar la pieza en torno a mediados del siglo X. Lo que puede leerse es lo siguiente
…DE RUPE PRECISUM.
…PULCRUM
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Lauda sepulcral |
Se ha propuesto que el texto completo pudo ser
RESPICES ANGUSTUM DE RUPE PRECISUM.
FIRMINI SEPULCRUM
Es decir. "Contempla el estrecho sepulcro de Fermin cavado en la roca". Lo cual ahondaría en la posibilidad de que efectivamente el sepulcro original fuera rupestre y sólo se hubiera tallado esta tapa.
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Iglesia parroquial de San Martín |
Según una variante de la leyenda el lugar donde habitaba San Fermín no era esta cueva, sino otro en la Peña Partida, cerca de la entrada del desfiladero desde Trespaderne, llamada así porque ha sido tajada para hacer la carretera. Allí desarrollo su vida el santo y allí murió. Además fue sepultado en ese mismo lugar. Posteriormente los pueblos de Trespaderne y Tartalés se disputaron la propiedad del lugar donde vivió el eremita e intentaron llevar los restos a sus respectivos pueblos. Los de Trespaderne no podían levantar la tumba del santo porque unas fuerzas superiores se lo impedían. Sin embargo, los de Tartalés lo hicieron con facilidad y se llevaron dichos restos a la ermita citada. Esto se dio porque el santo tenía predilección por Tartalés. Se cuenta además que un vecino de Villarcayo sustrajo un hueso del sepulcro del santo, cayendo gravemente enfermo. Confesó el acto a un cura que devolvió el hueso. Inmediatamente el vecino sanó.
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Imagen de San Fermín en la Iglesia |
Añadir que las fiestas de Tartales de Cilla (El apellido “de Cilla" viene precisamente de celda o cueva) en honor de San Fermín se celebran el tercer domingo de Septiembre. Antiguamente había gran devoción al santo, llegándose incluso a bajar las reliquias hasta el Ebro en periodos de sequía. No es extraño que le tanto que en la iglesia exista también una interesante ara con una oquedad central destinada a alojar reliquias, actualmente usado como soporte para la pila de agua bendita.
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Ara de altar usada como pie de la pila bautismal |