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La antigua abadía de Vivanco

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El emplazamiento de la sencilla iglesia de Vivanco de Mena fue testigo en el pasado de una historia que apenas podemos dibujar a trazos; y en la que encontramos más incertidumbres que certezas. Porque, a pesar de que hoy nada pueda hacerlo suponer, en Vivanco hubo un cenobio de cierta importancia local.
 
 
 
Los falsos Cronicones divagan sobre el Monasterio de Santa María de Vivanco, afirmando ser fundación del año 963, durante el proceso repoblador, nada menos que por parte del hijo de Fernán González, Nuño Fernández, y su mujer doña Fronilde.
 
Un documento del archivo del Palacio de los Abades, en Vivanco, afirmaba que el cenobio fue fundado por doña Andrequina -o Enriquena- de Mena, a mediados del s.XII, como “abadía secular de patrocinio nobiliario”. Estaríamos pues ante otro caso de las curiosas abadías seglares que tuvieron cierto predicamento en el norte burgalés en la Edad Media (ya hemos hablado de los casos de la Abadía de Rueda y de la de Tabliega).
 
La siguiente referencia es de 1244, consiste en un documento por el que Alonso Pérez de Arnillas cede al obispo de Burgos una serie de propiedades, con el fin de que se provea el Monasterio de Vivanco con un altar. Otra noticia procede de 1370, cuando don Fernán Núñez de Velasco donó el Monasterio de Vivanco al hijo de Perejón de Lezana, quien adoptó el apellido Vivanco y lo pasó a sus descendientes. A partir de entonces continuarían con el señorío de la Abadía seglar de Vivanco, ostentando sus miembros el tradicional cargo de “abad” y “abadesa”, aún sin tener el estado religioso. 
 
Desconozco de qué manera o forma pasó la propiedad a manos de la iglesia, y de ahí los Velasco. El caso es que esta última donación parece estar relacionada con los sucesos de la cruenta batalla de Villatomil entre las irreconciliables ramas de los Velasco y los Salazar. Perdida la batalla (por una vez) para los primeros, el tal Perejón de Lezana sacrificó su vida para dar tiempo a su señor a refugiarse en las murallas de Medina; con el compromiso de que se ocuparía de sus hijos. 
 
Sea como fuere, los abades (o señores) de Vivanco tuvieron durante un tiempo importantes beneficios y privilegios. Pertenecieron a los mismos las torres de Cantimplor, Valanto y Herradores, en Espinosa de los Monteros. Disfrutaban de la administración del cercano santuario de Nuestra Señora de Cantonad, así como de las rentas de las iglesias de Arceo e Irús. De todo ello se deduce un control sobre el tránsito de personas, peregrinos y todo tipo de productos entre el valle y la meseta. 
 
Sobre el pueblo de Vivanco se recoge que “tenía obligación cada vecino de enviar todos los días de fiesta una persona a barrer la casa, corredores, zaguanes, plaza y camino, desde la casa del Abad a la iglesia, a traer leña para al horno siempre que cociera el abad y cuantas veces pasasen las personas delante del Palacio han de hincar la rodilla y quitarse la gorra o sombrero. Ponía 4 capellanes, teniendo la facultad de quitarles cuando quisiera y sustituirles por otros, proveyendo a las iglesias de todo lo necesario al culto y conservación de aquellas.”
 
Una vez más nos vemos obligados a especular sobre cómo sería el edificio románico que se levantó para albergar esta congregación. Nos ayuda a dejar volar la imaginación la presencia en la actual iglesia de un excelente sepulcro románico, que además está fechado, año 1188. Este resto, que en realidad sólo es la tapa (o lauda) sepulcral, está profusamente decorado; destacando la presencia en sus caras de una representación de Cristo Majestad y un apostolado completo. Aún fue el edificio románico el que conoció el arcediano de Briviesca durante su visita de 1706, y deja bien claro que la abadía “un rico templo bien aderezado” con “noble claustro fuerte”. ¿Estaríamos ante un tercer templo como Siones o Vallejo?.
 
foto Románico Digital.
 
Desafortunadamente para los amantes del románico, nos quedaremos para siempre con las ganas de conocer este edificio. El templo que hoy podemos ver es un edificio anodino, sin gracia y sin estilo, obra de don Pedro Antonio de Vivanco Angulo y Ortiz, que en 1771 derribó monasterio y templo para levantar con sus piedras el edificio actual.
 
En la nueva construcción se utilizaron parte de los sillares antiguos, así como diversos elementos esculturados, románicos, que han ido apareciendo en las sucesivas obras de reforma, esparcidos tanto por el interior como por el exterior del edificio, incrustados en los muros. Las piezas sobrantes de aquel destrozo fueron a parar a los muros de las casas vecinas, o a las tapias de corrales y huertos. Por ejemplo en una casa vecina tenemos estas dos piezas semicirculares, que posiblemente en origen ocuparon los tímpanos de bellas ventanas. 
 
 
 
El destructor “abad” hizo colocar también, sobre la fachada sur del nuevo templo, tres grandes escudos heráldicos del apellido Vivanco, con la repetida fecha de 1771 y una pretenciosa inscripción en la que dejaba constancia de sus prerrogativas:
 
 
 
“Don Pedro Antonio de Vivanco Angulo y Ortiz, Abad de Vivanco y Arceo, es dueño único de esta iglesia parroquial y de la casa de enfrente, cuyas armas de sus apellidos son las que se demuestran aquí”.
 
La “casa de enfrente” ha desaparecido. Tan sólo queda un solar y un arco con una placa recordatoria de su cesión al pueblo por parte del actual marqués de Vivanco, título heredero del antiguo abadengo.  Según parece también perteneció a los señores de Vivanco otra torre medieval que aún se conserva alejada del barrio principal del pueblo. Podéis consultar la correspondiente ficha en la excelente página web Castillos del Olvido.
 
 
 
 
La visita al interior de la iglesia se debe concertar con la Oficina de Turismo del Valle de Mena (tf. 947 141341). Mínimo tres personas.

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